Estaba yo en una nueva vida, ciudad nueva, casa nueva intentando abrirme camino como siempre, como freelance, cuando recibí la llamada que cambió mi panorama hacia el mundo laboral.
Toda la vida he trabajado por mi cuenta, desde vender juguetes en navidad hasta preparar mermeladas y galletas en mis tiempos de estudiante. Ser fotógrafa no había sido la excepción, siempre consiguiendo clientes, sacando promociones, procurando hacerme de buena fama y, de vez en cuando, cruzando los dedos.
Fue justo una persona que me había contratado para su sesión pre-boda el año pasado quien me llamó. Me invitó a trabajar en un proyecto dentro de una empresa, la paga nada mal y sobre todo: segura. Ya sabes, cuando llega el día 15 tu dinero aparecerá como por obra de magia en tu cuenta bancaria. El proyecto tiene una duración de sólo 3 meses, viáticos y traslados incluidos, lo único que tengo que hacer es ausentarme de la ciudad a la que justo acabo de mudarme durante 3 meses y hacer base en otra ciudad.
Lo cierto es que no lo pensé mucho, pospuse la fiesta de cumpleaños de mi hija, encargué mis perros, encargué mi coche y tomamos el avión más inmediato, debía presentarme en la oficina en 3 días después de la llamada. Aquí es donde la aventura comienza, desde los requisitos (constancia de estudios, identificación, darme de alta en hacienda, etc) hasta el hecho de moverme sin coche por toda la ciudad, conseguir una prórroga de 3 meses en la escuela de mi hija y conseguir ayuda con ella, tener un horario de entrada y carecer de horario de salida cubriendo jornadas a veces de casi 11 horas (más el tiempo de traslado), ir a comer en grupo con los compañeros, tener tu propio escritorio con una computadora ajena y súper novedosa y esperar instrucciones.
El proyecto es hermoso, debo recorrer ciertas comunidades indígenas para retratar principalmente a sus niños, pero también sus costumbres, sus labores domésticas y de campo, sus animales, sus casas, sus alimentos, sus vestimentas y todo lo que se involucre con ellos. Así que el sueldo, en realidad, pasa a segundo término, la experiencia es la verdadera paga en el aspecto más enriquecedor.
Las primeras semanas fueron 100% de oficina, preparar oficios, comunicarme con las comunidades y los responsables de las mismas, acordar fechas, rutas y horarios, después vinieron los viajes. En algunos lugares terminé por poner de mi bolsillo, en otros regresé hasta con regalos pero definitivamente bien ha valido la pena, los paisajes que vi, los cielos que conocí, los abrazos de cientos de niños con sus sonrisas sinceras y las pocas palabras en diversas lenguas indígenas que logré aprender.
Trabajar en oficina, para una persona como yo, ha sido difícil y estaba segura que era imposible. No visualizaba mi vida como empleada con sus respectivos beneficios y la burocrática lucha diaria que te acostumbras a vivir. Muchos fotógrafos no empezaron como tal sino que un día decidieron no seguir las normas o lo que la sociedad te dicta, cuando trabajas por tu cuenta a veces la gente da por hecho que no trabajas, que sólo estás descansando y viendo la televisión o siendo ama de casa, dime ¿te ha pasado? Sin embargo tú sabes que si no consigues ese contrato, que si el cliente encuentra una mejor oferta o decide que no le convence tu paquete, no vas a recibir ese dinero y las cuentas no esperan, los servicios siguen cobrándose y los hijos, por supuesto, siguen comiendo. Pero cuando trabajas como empleada, estas preocupaciones desaparecen, mientras cumplas los objetivos que se te piden tu dinero llegará según lo acordado, eso sí el nivel de estrés es impresionante, sabes que detrás de tu jefe inmediato hay una línea de más jefes esperando los resultados y que no puedes re-agendar ni ofrecer un descuento o alguna compensación en caso de que no queden conformes y tampoco te vuelvan a mandar a las comunidades así que hay que ser minucioso y exacto.
Pero hablemos también de las cosas hermosas, cosas como ver un cielo prácticamente desbordante de luz estelar y lamentar mucho el no haber llevado el objetivo adecuado para ese cielo, vi paisajes totalmente maravillosos donde sentía que los ojos no eran suficientes para permitir la entrada de tanta belleza a mi visión, comí platillos que dificilmente podré volver a probar y conocí a personas maravillosas que espero tener en mi vida por mucho tiempo más.
La vida laboral como fotógrafo empleado es posible también, y es una experiencia sumamente interesante. Lo más importante es recordar ese viejo dicho que dice «déjate llevar a donde apunte el huarache«.

Luisa Cecilia Rosas
Estudia la licenciatura en Biología en la Universidad Autónoma Metropolitana y realizó trabajos voluntarios en el área de fauna en el zoológico de Chapultepec, el Acuario de Veracruz y en campamento tortuguero amigos del mar A. C. Ha realizado algunos estudios sobre comportamiento y manejo de fauna silvestre en cautiverio.
En 2013 perteneció a la sociedad mexicana de fotógrafos de naturaleza donde tuvo la oportunidad de ser paisajista y comenzar poco a poco con retrato.
En 2014 empieza a aprender sobre boudoir volviéndose su único estilo fotográfico durante un tiempo, en 2015 ingresa a Fotógrafos Profesionales de la Ciudad de México donde continúa actualizándose, en 2016 se aventura a la fotografía de eventos sociales, especialmente fiestas infantiles. En 2018 trabajo para la Secretaria de Educación Pública en la Dirección General de Educación Indígena para las portadas y fotografía de interiores de los programas de estudio en lenguas indígenas de la nueva reforma educativa.
Actualmente se dedica a retrato infantil y es voluntaria en Rescate Zarigüeyal, una asociación de divulgación científica y educación ambiental en Yucatán.